
"Es conveniente tentar a los dioses, cuanto más a menudo
Tengo la extraña teoría -no por ello incierta- de que a través de Jorge Luis Borges se puede acceder a casi todos los saberes profesados por el hombre; por supuesto, la religión no es una excepción a esta regla. Recuerdo muy a menudo su definición de fe católica: "conjunto de imaginaciones hebreas supeditadas a Platón y a Aristóteles". Creo no haber leído nunca una mejor, ni tan siquiera la escrita por San Pablo, aquella que recogerá tiempo después Dante Alighieri en su Divina Comedia.
Según Bertrand Russell todo cristiano debe creer al menos en tres cuestiones: 1. Debe creer en Dios; 2. Debe creer en la inmortalidad de las almas; y 3. Debe estar convencido de que Cristo es el mejor de los hombres o, al menos, el más sabio de cuantos hayan existido. Partamos de estas tres afirmaciones.
DIOS
Por otro lado, y volviendo a Dostoievski, es cierto que en el fragmento citado no hacía sino reafirmar el carácter ético -o moral si se prefiere- de las religiones; pero ni tan siquiera desde el punto de vista ético se puede uno agarrar a un asidero consistente ante la idea de Dios porque hasta donde sé la Biblia sufre de contradicciones continuas. Pongámonos en el lugar de los que creen: el problema no está en que Dios "dejara" un libro explicitando sus deseos; el problema reside en que nunca ha hablado ni dado muestras de vida y, por tanto, sus deseos -si es que los tiene- pueden ser siempre interpretados a voluntad del lector o del creyente. De ahí que toda teología no sea más que pura metafísica del ruido. Y es que como afirmó el poeta Shelley "Dios es una hipótesis y, como tal, requiere prueba". Hecho en el que los creyentes nunca insisten; eso sí, parece que cada religioso posee una hipótesis propia de la idea de Dios lo que imposibilita una definición homogénea y, dicho sea de paso, un abordamiento científico y racionalista de la cuestión. En otras palabras, el objeto de estudio de las religiones no puede ser percibido a través de los sentidos: lo que ha dado definiciones muy diversas de aquello que muchos llaman Dios. Al final, todo se reduce a aquellas famosas palabras de Mauthner: "Las palabras son dioses; pues los dioses no son más que palabras", y como tales, pueden darse tantas interpretaciones de lo sobrenatural como relaciones sintagmáticas se puedan formar. Es aquí donde muchos partidarios se empeñan en abordar el tema asegurando que si bien es verdad que no tenemos pruebas de la existencia de Dios, la negación es igual de válida para la idea contraria, es decir, tampoco tenemos pruebas de su inexistencia. ¡Acabaramos! Pero es que los que tienen que demostrar su existencia son los que afirman que existe, ya que para los ateos no hay nada que demostrar. Todas las dudas que los ateos plantean no surgen espontáneamente, sino de las afirmaciones impuestas por los religiosos, nunca al revés, es importante subrayarlo. Unas y otras quedaron recogidas en el siglo XVIII en la llamada Biblia atea del Barón d'Holbach: "Si es infinitamente bueno, ¿qué razón tendríamos para temerlo? Si es infinitamente sabio, ¿por qué inquietarnos por nuestra suerte? Si lo sabe todo, ¿por qué advertirle de nuestras necesidades y fatigarlo con nuestras plegarias? Si está por todas partes, ¿por qué levantar templos? Si es el señor de todo, ¿por qué hacerle sacrificios y ofrendas? Si es justo, ¿cómo creer que castiga a las criaturas que ha colmado de debilidades? Si la gracia lo hace todo por ellas, ¿qué necesidad tendría él de recompensarlas? Si es todopoderoso, ¿cómo ofenderlo, cómo resistirse a él? Si es razonable, ¿cómo montaría en cólera contra los ciegos, a los que ha dejado la libertad de ser irrazonables? Si es inmutable, ¿con qué derecho pretenderíamos nosotros cambiar sus decretos? Si es inconcebible, ¿por qué ocuparnos de él? Si ha hablado, ¿por qué no está convencido el universo? Si el conocimiento de un Dios es el más necesario, ¿por qué no es también el más evidente y el más claro?". Toda prédica cristiana exige de una respuesta a cada una de las cuestiones arriba señaladas, es lo mínimo exigible cuando se intenta convencer a un interlocutor de la posibilidad de lo imposible...
JESUCRISTO
Además, creo que el Cristianismo debe más a pensadores como Platón o Zenón de Citio que al propio Cristo. Habría que distinguir al Jesús histórico del Jesús legendario o mítico. El Jesús histórico, según los Evangelios sinópticos, tiene más de zelota mesiánico que de pacifista oriental -tal y como la obstinada cultura occidental sostiene-; el Jesús legendario, según el Evangelio de Marcos y el testimonio de San Pablo, choca directamente con la Razón y con lo poco que sabemos del Jesús histórico. Estos últimos hacen del secreto mesiánico el centro de todas sus justificaciones teológicas. Los secretos, per se, no justifican nada, lo hacen los argumentos.
LA INMORTALIDAD DEL ALMA
Por otra parte, hay quien ha querido ver ante semejante invención escatológica el miedo a no contar para los otros, para nuestros semejantes, que al fin y al cabo son los que nos hacen específicamente humanos, en palabras de Fernando Savater: "La sociedad humana no sólo es cooperativa como cualquier otra de las agrupaciones zoológicas (remotamente) similares sino también coloquial: cada uno de nosotros crece alimentado por las aportaciones simbólicas que recibimos de los demás y por el reconocimiento que ellos tributan a nuestra integración en la común humanidad".
¿Qué se gana matando a la muerte? La tranquilidad que produce el descreimiento de una muerte injustificadamente propia. El tema está por estudiar, como dijo el gran Elias Canetti: "Tampoco se ha meditado a fondo sobre las consecuencias racionales de un mundo sin muerte".