No a la Ley Sinde

miércoles, 19 de enero de 2011

El Senado de Babel


Soy un gran fan de series modernas que sinceramente me atraen por su carácter culturalista, además, por cuestiones que se me escapan el cine de hoy carece de sentido artístico y adolece de cierto exceso efectista que para nuestra desgracia se traduce en pérdida de calidad.

De todas las series que he visto me quedo con dos a las que guardo especial cariño: una de ellas, la primera, es Battlestar Galáctica (2003), a la que en breve dedicaré una entrada; la otra, la segunda, sobre la que quiero hablar, es Lost, la archiconocida serie que trata sobre un variopinto y extraño grupo de extraviados.

En Lost aparece brevemente un personaje de origen japonés llamado Dogen, que lleva siempre consigo a un subordinado que se encarga de traducirlo del japonés al inglés. En cierta ocasión, uno de los protagonistas sospecha que el asiático habla su idioma y le pregunta sobre el porqué de su rechazo, Dogen responde que no le gusta el sabor del inglés en su boca... supongo que algo similar sienten nuestros parlamentarios cuando en el Senado se niegan a utilizar el español optando por hablar gallego, catalán o vasco y requieren de intérpretes que se dedican a traducir a españoles para españoles. Todos conocen el idioma común, pero prefieren no usarlo.

El filósofo Mauthner hablaba en su Contribuciones a una crítica del lenguaje de lenguaje individual, un extraño concepto que en un momento dado identifica con las costumbres individuales de cada hablante. Años después, Ludwig Wittgenstein se atrevió a refutar esta idea recalcando el carácter comunitario o público del lenguaje y es que siempre que se habla se habla para alguien, incluso cuando se habla sólo. Algo muy similar sostiene Umberto Eco en su ensayo Sobre literatura donde defiende que toda obra literaria responde a las exigencias de un lector más o menos idealizado de antemano por el autor. Por lo tanto, ¿lenguaje para comunicar o lenguaje para incomunicar? Nuestros parlamentarios lo tienen muy claro por desgracia y su desacierto cuesta a todos los españoles 14.000 € por sesión.

Uno no puede dejar de pensar en aquel episodio bíblico del Antiguo Testamento donde Dios hacía uso del idioma para separar y condenar a los hombres a la incomunicación, ni dejar de preguntarse ¿Se tratará de la misma estrategia?