No a la Ley Sinde

jueves, 21 de abril de 2011

Optimistas sin fronteras


Poca gente lo sabe, pero en realidad debemos de manera indirecta la palabra "optimismo" al filósofo Leibniz. Leibniz postuló en su obra Teodicea que este es el mejor de los mundos posibles; lo que propició, como era de esperar, todo un alud de críticas mordaces. Quizá fue Voltaire quien encarnó a su más famoso crítico al escribir un cuento sobre el terremoto de Lisboa de 1755, Cándido o el Optimismo lo tituló. En dicha obrita, Voltaire define el optimismo como "el empeñarse rabiosamente en sostener que todo está bien cuando todo está mal". Así, el autor francés hace uso de un claro tono pesimista para instruirnos en el absurdo de la vida.

La verdad es que Leibniz no era optimista, era como mucho un idealista acendrado. El optimista sabe que éste no es el mejor de los mundos posibles, pero comprende que podría llegar a serlo y actúa en consecuencia; lo que significa que sólo se es optimista en la acción, nunca en la contemplación. En este sentido, lo peor de los pesimistas es que la mayoría de las veces su inacción responde a temores infundados, fruto ésta de una procelosa imaginación.

El crítico de arte John Berger, en su magnífico ensayo Modos de ver, nos dice que la forma en que vemos las cosas afecta directamente a la manera en que las interpretamos. Ser pesimista u optimista no es más que la postura desde la que nos situamos a la hora de enfrentarnos a un obstáculo. Por eso, el psicólogo y escritor Martin E. P. Seligman define el optimismo como "interpretar las dificultades y el fracaso mismo como señal de que hay que esforzarse más"; mientras que el pesimismo equivale a "tirar la toalla ante dificultades vencibles".

Por otro lado, es indudable que en algunos ámbitos el pesimismo ha generado grandes cosas, pensemos en el spleen de Baudelaire o en las novelas de Kafka para la literatura; o en El mundo como voluntad de Schopenhauer y en las obras de Sartre para la filosofía. Pero una cosa es el plano simbólico y otra muy distinta el plano fáctico. Yo puedo disfrutar como un niño leyendo a Sartre que, sin embargo, sufriría terriblemente si decidiera vivir bajo sus máximas...

Es cierto que a veces las situaciones son tan negras que cuesta ver el lado positivo. El ejemplo perfecto lo tenemos en la política española que, a excepción de dos o tres estómagos agradecidos, tiene a la mayoría de la gente muy descontenta con el nivel y el trabajo de los parlamentarios. Pero para eso está la ciudadanía y los movimientos cívicos: para promover el cambio. Alguien dijo en cierta ocasión que "vivir es tener objetivos y convivir compartirlos". Pues eso, a compartir se ha dicho.

jueves, 7 de abril de 2011

Un error común


Según Fritz Perls, padre de la terapia gestáltica, el gran problema que tiene la mayoría de la gente es que no es ella misma. Así, nos deshacemos de partes importantes de nuestra personalidad con tal de agradar o permitir demasiado a otros, e incluso por escapar de nosotros mismos. Lo que sea con tal de que otro asuma mi responsabilidad, con tal de que nos dejen tranquilos no vaya a ser que nos pase algo desagradable o nos echen del trabajo, se rían de nosotros, etc., etc... La teoría de Perls es sencillísima y, por sencilla, abrumadora. Perls distingue entre obligación y responsabilidad, la obligación nos la imponen desde fuera; la responsabilidad surge desde dentro, es algo a lo que nos enfrentamos porque o lo hacemos nosotros o no lo hace nadie; pero ¿qué relación existe entre crecer como persona y asumir responsabilidades? Sencillo, asumiendo responsabilidades nos descubrimos, nos percatamos de nuestras limitaciones, de nuestros gustos o disgustos, y en ese proceso avanzamos. Es en este sentido donde la Educación cobra especial relevancia. La Educación tiene que ser el marco donde uno se descubre a sí mismo por medio del esfuerzo y de la autonomía, no vale el "me suspendieron" o "me aprobaron", sólo hay cabida para el "suspendí" o "aprobé", la diferencia es eminentemente semántica, pero también psicosomática.

En este contexto, el error aparece como uno de los elementos esenciales de todo sistema educativo que se precie. El error es a la educación lo que las caídas a montar en bici, o en otras palabras: quien no se equivoca nunca, pocas veces acierta.

En España, los empresarios que han pedido un crédito para abrir una empresa y se han arruinado tienen que cerrarla, devolver el crédito al banco, y además, pagar la deuda íntegra o les será imposible obtener otro permiso para volver a intentarlo. Este modelo que sufrimos, tanto en el ámbito educacional como en el estatal, se basa en la extralimitación del marco; así, paternalistamente, el Estado pasa de árbitro a actante en un intento por evitarnos el daño que supone crecer. En palabras de Perls "aprender es descubrir que algo es posible" y ese descubrimiento debe ser personal e intransferible, pero sobre todo posible.

Quizá esta visión negativa de la equivocación en las escuelas estribe en que se confunde el error con el error pertinaz y es que no es verdad que sea malo cometer errores, lo malo es no aprender de ellos. Por decirlo con las palabras de Montaigne: "Nadie está libre de decir necedades. Lo malo es decirlas con esmero".